Cuento de Navidad

23 diciembre, 2013

Yo también, como Dani Riera, asistí a la ceremonia de graduación de «mis» estudiantes en Barcelona y también me emocioné. Su entrada tiene un récord de comentarios y hasta un hilo abierto en Linkedin. Sí tiene que ver conmigo: soy estudiante de la UOC, lo fui de la UNED, estudié «por libre» (algo que había en mi época) el resto de la carrera  y todo lo que he estudiado en mi vida, que son bastantes cosas, algunas complicadas, lo he hecho mientras trabajaba desde los 12 años. Confieso que envidiaba a veces a los que recibían lecciones de profesores brillantes o vivían en el bar de la Facultad.

También me gustan los hermanos Grimm, los cuentos de navidad de Dickens y las películas del esfuerzo, el mérito y la superación personal. Esto no es una contestación y menos una polémica, sino un ejercicio sentimental e intelectual, como el suyo, para intentar mirar más cosas o desde más puntos de vista. O sea, entiéndase esta entrada en el género de à propos de.

Jaume Perich en Premià de Dalt. Imagen de dominio público.

En el acto de graduación al que asistí, se empleó como padrino Antoni Abad, un hombre de mi edad, empresario y presidente de una patronal de empresarios. Contó una anécdota ejemplar supuestamente de la Filarmónica de Viena en la que los violinistas más trabajadores conseguían llegar a solistas y maestros en las mejores orquestas. Puede ser. Quizá se refería a un estudio científico realizado en la Academia de Música de Berlín a comienzos de los 1990 por el psicólogo sueco K. Anders Ericsson y otros colegas. Ericsson es probablemente la autoridad mundial más reconocida en el campo del expertise, o sea la adquisición de competencias para hacer cosas. Lo que prueba el estudio es únicamente que, bajo determinadas condiciones, el dominio de cualquier profesión requiere una práctica equivalente a 10.000 horas en adelante y que es discutible la existencia del talento innato, sino que más bien es un problema de tiempo dedicado.

La vida de los violinistas y otros músicos se ha comparado a la de los programadores. Bill Gates, Paul Allen, Bill Joy, Steve Jobs y Eric Schmidt habían programado más de 10.000 horas antes de fundar compañías que revolucionaron la informática. No estudiaron mucho ni hicieron mucho deporte. Usaron desde pequeños todo su tiempo disponible y un poco más aprendiendo a programar, solos, con sus colegas o bajo la supervisión de alguien más experto. Tienen algo más en común: nacieron en 1955 (o un año antes o después) y contaban por lo tanto 20 años cuando todos leyeron en la revista Popular Electronics de Enero de 1975 que se podían comprar un ordenador Altair 8800 por menos de 400 dólares, y lo hicieron. Bach, Scarlatti, Handel, Rameau… nacieron en 1885, un poco antes o después, y tenían 18 años y es probable que esas horas de ejercicio cuando consiguieron su primer trabajo como músicos (organistas, casi siempre) en 1703. Y de todos estos, pocos poseían un título universitario. ¿Cuál de estas cosas es más importante: el trabajo o la fecha de nacimiento?

Algunas de estas historias están explicadas en el libro Outliers de uno de mis ensayistas favoritos, Malcolm Gladwell, otras en la espléndida biografía de Johann Sebastian Bach que acaba de publicar Gardiner y otras las he ido leyendo u observando a lo largo de mi vida.  Había un chiste estupendo de Jaume Perich en su libro Autopista, su contestación de la obra Camino del fundador del Opus Dei, Escrivá de Balaguer. La Historia, decía Perich mejor que yo, se refiere al recogedor de cartones que fundó una empresa y se hizo rico, pero no a los millones de recogedores de cartones que no llegaron jamás a ninguna parte.

No hay una teoría universal del éxito y el esfuerzo, pero sí hay ideologías y mitos pediátricos que ayudan a explicar cosas en beneficio del statu quo. El psicoanálisis, el estructuralismo y los chistes de Perich han desentrañado este efecto en los cuentos de hadas y en otras cosas que nos explican de niños.

Lo poco que sabemos (quiero decir con precaución científica) es más o menos lo siguiente: 1) que hay ventajas explícitas u ocultas que predisponen que algunos puedan gozar de mejores oportunidades que la mayoría; 2) que hay oportunidades y casualidades extraordinarias (familiares o sociales o históricas) que permiten que algunos lleguen al sitio adecuado en el momento adecuado; 3) que existen valores sociales o comunitarios (por ejemplo, la movilidad social que unos promueven y otros no) que facilitan que algunos persigan el esfuerzo, el mérito y quizá el éxito; 4) que, a partir de todo lo anterior (y no antes), hay gente que aplica más tiempo que otros para desarrollar una experteza. O sea, que lo más importante del éxito, si éxito quiere decir algo, son las cosas que rodean y condicionan el esfuerzo más que el esfuerzo en sí mismo; y que el esfuerzo por otra parte no es una cosa épica, sino simplemente tiempo dedicado.

A mí me gusta pensar, le decía a Dani, que la UOC es un espacio de oportunidad y sobre todo de comodidad (convenience) para personas que de otra manera no podrían o no pudieron estudiar;  y también de juego y entretenimiento para un grupo de adictos que acumulan varias de nuestras carreras, desde civilización oriental hasta aplicaciones multimedia.

El regalo, el placer de estudiar. Feliz Navidad.

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Autor / Autora
José Ramón Rodríguez
Profesor de Dirección de Sistemas de Información, Gestión de Proyectos y Business Intelligence de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC y consultor de empresas independiente.
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