Sin descifrar a Turing

29 diciembre, 2014

Hacer una película absolutamente realista sobre el trabajo de un matemático o un informático —o casi cualquiera que se dedique principalmente a resolver problemas— sería un ejercicio fácil… y extremadamente tedioso. Ver a alguien enfrentarse a un trozo de papel, a una pizarra, o al teclado y la pantalla, o quedarse absorto mirando las nubes, o pensando mientras escucha música y pone cara de poker es, para qué vamos a engañarnos, aburrido hasta el infinito. Es por ello que toda película que aborde dicha temática debe centrarse en otros aspectos (que, desde luego, pueden ser igualmente importantes) o tomarse determinadas «licencias poéticas». En el cine, con demasiada frecuencia, esas licencias nos han hecho escandalizar a todos los que tenemos una mínima idea del tema (no, ni el desarrollador teclea código a 200 pulsaciones por minuto ni ‘hackear’ un sistema informático es como jugar a un videojuego). En ocasiones, desde luego, Hollywood lo hace bien (hablamos por aquí de una de ellas hace cosa de medio año). Pero en otros… para qué hablar del tema, si a todos nos va a provocar dolor de barriga.

The Imitation Game, póster de la película
The Imitation Game, póster de la película

Estos días se estrena por aquí The Imitation Game, sobre las andanzas y el trágico fin de Alan Turing (ya hemos hablado de él en este espacio, en tres partes, y también dedicamos un par de entradas a Bletchley Park). Por suerte o por desgracia los medios de hoy se mueven a mucha más velocidad que en los tiempos de Turing, y antes de ir al cine podemos informarnos todo lo que deseemos sobre la película, tanto desde el punto de vista cinematográfico como desde el de la corrección histórica. Y si desde el primero de ellos la película ha logrado que el consenso de la crítica sea muy positivo (en especial la interpretación de su protagonista, el casi ubicuo últimamente Benedict Cumberbatch), parece que la fidelidad a la realidad deja bastante que desear, incluso más allá de lo mucho que desconocemos el personaje de Turing (escondido, además, por el profundo secreto que protegió su trabajo en Bletchley hasta un par de décadas después de su muerte) y de las comprensibles licencias que comentábamos antes…

(Sí, los ‘spoilers’ comienzan aquí. El lector que no conozca ya el personaje y que no quiera que le pisen la película haría bien en detenerse aquí y volver después de verla.)

Comprensiblemente (al menos hasta cierto punto, aunque la manía de Hollywood de atontar sus historias resulta las más de las veces un insulto al espectador), parece que la película no se detiene demasiado en los méritos del trabajo de Turing en Bletchley ni en el resto de su carrera. Para paliarlo, apuntamos al lector a los enlaces que hemos indicado anteriormente, tanto sobre el propio Turing como sobre lo que tuvo lugar en Bletchley Park.

Quizá también sea aceptable que la película, que quiere ensalzar la figura de Turing, pase un poco de puntillas sobre su suicidio. Las últimas investigaciones parecen dejar claro que Alan Turing se suicidó, efectivamente, mordiendo una manzana que había envenenado previamente, pero también afirman que las pruebas no eran absolutamente concluyentes y queda un resquicio de duda: quien lo desee puede creer que se trató de un envenenamiento accidental.

Más discutible, parece ser, es la confusión entre la ‘bombe’ de Turing y Colossus, el que muchos consideran el primer ordenador digital de la historia, que también nació en Bletchley Park en aquella época, y cuyo diseño fue influenciado por las ideas que desarrolló Turing en los años 30, pero sin su participación directa (lo cual no le resta, naturalmente, ni un ápice de brillantez). En la película ambas máquinas parecen fundirse en una totalmente ficticia «Christopher». Colossus fue, sobre todo, obra de Tommy Flowers, otro personaje al que la historia parece haber decidido robar protagonismo.

Aún más discutible es la manía de Hollywood de hacer que todos los genios sean una combinación de autismo y arrogancia: han quedado para la historia unos cuantos testimonios sobre la personalidad ciertamente excéntrica pero también afable de Turing, en contraste notable con lo que pinta la película. Y tampoco parecen ser ciertos apenas ninguno de los momentos de confrontación del film, ni en su época escolar ni en Bletchley Park.

Pero donde la película patina de la manera más notable es enfrentando a Turing a un espía británico, John Cairncross, al que Turing habría descubierto. Según la película, Cairncross entonces chantajea a Turing por su homosexualidad y así, de golpe, el biopic homenaje pone bajo el foco de la sospecha a su protagonista… aunque parece más allá de toda duda que ese contacto entre uno y otro personaje habría sido absolutamente imposible en Bletchley Park, y que la historia no tiene ni el más mínimo fundamento en la realidad. Tampoco es cierto que, en la investigación final de la película, nadie sospechara en ningún momento que Turing podría ser un espía soviético: las inconsistencias de la historia que explicó a la policía se derivaban, exclusivamente, de la intención de ocultar su relación con otro hombre, algo ilegal, tristemente, en la Gran Bretaña de principios de los cincuenta. La necesidad de manchar así el nombre de Turing en la imaginación de los espectadores era absolutamente innecesaria.

Alejándonos de Turing, una de las cosas que sí parece retratar bien la película, tristemente, es el sexismo en el entonces naciente mundo de la informática. En la película, a Joan Clarke, el personaje interpretado por Keira Knightley (también alabada por la crítica), las cosas le son más difíciles por ser mujer, y dice su biografía que cobraba menos que sus iguales hombre, a pesar de ser de una brillantez cuando menos comparable.

En fin. Tampoco dejemos que la realidad (y la falta de realismo de la película) nos impida disfrutar de la que parece ser una buena obra. Pero, si podemos, corrijamos algunos de los errores que comete entre quienes nos acompañen a verla :-).

(Este texto debe su origen a múltiples críticas en medios anglosajones de la película, pero en especial a una pieza de The Guardian, The Imitation Game: inventing a new slander to insult Alan Turing .)

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Autor / Autora
Cesar Pablo Corcoles Briongos
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