¿Feminizar la tecnología mejoraría el mundo?

3 noviembre, 2016

La tecnología piensa poco como las mujeres y en las mujeres. Sólo así se explica que los asistentes de voz tipo Siri, Google Now y similares identifiquen como situación de emergencia “estoy sufriendo un ataque al corazón”, pero ni siquiera entiendan la frase “he sido violada”. O que se fabrique un corazón artificial capaz de adaptarse al 86% de los tórax masculinos pero sólo al 20% de los femeninos. O que hasta el 2011 no se probaran los cinturones de seguridad de los coches con maniquíes femeninos a pesar de que las conductoras son un 47% más propensas a sufrir lesiones graves en los accidentes.

Los principales directivos de Carmat –Marcello Conviti, Patrick Coulombier y Eric Richez– presentaron en el 2015 un corazón mecánico destinado a salvar vidas que no es apto para el 80% de las mujeres
Los principales directivos de Carmat –Marcello Conviti, Patrick Coulombier y Eric Richez– presentaron en el 2015 un corazón mecánico destinado a salvar vidas que no es apto para el 80% de las mujeres. Fuente: Stephane Grangier – Corbis / getty

Para poner fin a esta desatención que padece más de la mitad de la población hace tiempo que se reivindica la incorporación de más mujeres a las carreras de ingeniería y a los equipos de desarrollo tecnológico. Pero también surgen voces que consideran que lo importante no es tanto que haya muchas mujeres diseñando la tecnología como que la tecnología se feminice, es decir, que se desarrolle a partir de valores tradicionalmente considerados femeninos, como puede ser la empatía, el compromiso, la protección y el cuidado. De esta forma, dicen, no sólo se conseguiría que los estudios y empleos tecnológicos resultaran más atractivos para las mujeres, sino que también se contribuiría a mejorar el mundo.

Grace Murray Hopper, pionera en el mundo de las ciencias de la computación (foto de la Smithsonian Institution)
Grace Murray Hopper, pionera en el mundo de las ciencias de la computación (foto de la Smithsonian Institution)

La sociedad actual está cada vez más fundamentada en la tecnología, pero también más preocupada por la responsabilidad social, la ética o los derechos de la Tierra, de modo que la ingeniería y la tecnología actual deben incorporar esos derechos colectivos y esa ética basada en el cuidado de los demás que se corresponden más con los valores considerados como femeninos que con los tradicionales argumentos racionalistas que se atribuyen a una ingeniería masculinizada. La ingeniería ha estado dominada por los hombres y ha tenido una visión mayoritariamente masculina, en la que se habla mucho de derechos, obligaciones o código ético desde un punto de vista frío, distante; pero la perspectiva está cambiando, y hoy importa tener cuidado del entorno, de la tierra y de las generaciones futuras, y eso son valores femeninos, no exclusivos de las mujeres, pero sí mayoritariamente de la mujer.

Aplicar esos valores desde la ingeniería puede mejorar la profesión, pero también la sociedad, porque la tecnología influye en las formas de hacer, y los artefactos que se crean a menudo cambian la percepción y las capacidades de comportamiento de los seres humanos, de modo que esta nueva ética puede ayudar a desarrollar sensibilidades distintas.

No es tan importante buscar la diversidad cuantitativa y que la mitad de los ingenieros sean mujeres como incorporar lo que ellas aportan para lograr una diversidad cualitativa y enriquecer el mundo tecnológico. Ésta no es una opinión aislada. La prestigiosa Harvard Business Review se hizo eco hace ya más de dos años de los resultados de un estudio realizado entre 64.000 personas de 13 países que mostraba que más de la mitad de la población no está contenta con el estado del mundo ni con las formas masculinas de hacer negocios, y que el 66% de los encuestados pensaba que “el mundo sería un lugar mejor si los hombres pensaran más como mujeres”.

Desde diversos ámbitos se incide en que hacen falta más empatía, más cooperación y más habilidades sociales en los desarrollos tecnológicos para que estos no excluyan a nadie, no provoquen daños medioambientales ni tengan un impacto negativo sobre los derechos humanos.

Las tecnologías no son algo en abstracto sino que tienen un contexto social, y los ingenieros tienen poco en cuenta la diversidad social; toman como modelo de referencia para sus desarrollos el modelo masculino olvidando que la mitad de la población –las mujeres– son distintas, y que mujeres y hombres también son diferentes entre sí, lo que exigiría tener más amplitud de miras a la hora de diseñar la tecnología. Además de feminizarse, los equipos de desarrollo tecnológico deberían ser interdisciplinares e incluir no sólo diseñadores e ingenieros sino también algún sociólogo o antropólogo, y trabajar con potenciales usuarios y especialistas en diferentes ámbitos para valorar el conocimiento experto, pero también la experiencia que de ese artefacto tendrán otros en el futuro.

El predominio claro de hombres en las posiciones de diseño tecnológico y en los proyectos universitarios provoca que la investigación y las decisiones sobre los productos, de manera consciente o inconsciente, tomen tintes masculinos y los resultados estén muy desviados hacia las necesidades, las capacidades, las rutinas, las medidas o las formas de hacer de los hombres. Un ejemplo claro son las lavadoras automáticas, que se crearon con carga frontal porque los ingenieros eran hombres que no las usaban a diario y no pensaron que el diseño había de ser cómodo.

Sólo el 24% de los empleados de ingenierías y consultorías de dise­ño son mujeres (y hay muchos equipos sin ninguna), y eso condiciona los trabajos porque mujeres y hombres resuelven los problemas de forma diferente y por tanto pueden ofrecer soluciones diferentes en ingeniería y tecnología. Es importante que se visualicen nuevos modelos femeninos y que se destierre el estereotipo de que la tecnología no es para chicas.

Porque si en ocasiones las innovaciones tecnológicas queriendo ser neutras obvian a las mujeres, en otras hacen diferencias de género recurriendo a estereotipos –como las versiones rosas de aparatos diseñados para hombres–, y en algunas más contribuyen a perpetuar arquetipos sexistas.

En este sentido, ha sido reiteradamente criticado que se usen voces femeninas sumisas para los asistentes de voz y los robots de servicios destinados a planificar agendas, cuidar a alguien o encontrar lo que uno busca.

Los estereotipos pesan mucho y condicionan, precisamente, que las mujeres se incorporen poco a las carreras técnicas y de desarrollos tecnológicos. Las mujeres infravaloran sus capacidades respecto a sus compañeros porque se tiende a prestigiar los valores y los estudios muy masculinizados y se infravaloran otras habilidades de la mujer o profesiones en las que hay más presencia femenina, como si resolver una ecuación matemática fuera más complicado que hablar un idioma.

Este artículo es una adaptación del artículo publicado en La Vanguardia el 10 de julio de 2016.

Montse Serra es profesora de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicaciones de la Universitat Oberta de Catalunya, donde imparte arquitectura de computadores, sistemas operativos y ética profesional. También es profesora asociada en la Universitat Autònoma de Barcelona. Su interés en investigación incluye responsabilidad ingeniera y social, temas éticos y tecnológicos, metodologías de aprendizaje y herramientas para e-learning.

Ana M. González es investigadora sénior en la Universitat Oberta de Catalunya. Su trabajo está centrado en los estudios de género y la ciencia y la tecnología. Entre otros proyectos, ha liderado dos proyectos nacionales sobre movilidad del personal altamente cualificado y las carreras científicas, enfatizando los cambios estructurales que las organizaciones tendrían que hacer para asumir una competencia más competitiva e inclusiva.

Milagros Sáinz es directora del grupo de investigación sobre género y TIC del Internet Interdisciplinary Institute (IN3) de la Universitat Oberta de Catalunya. Sus líneas de investigación son el desarrollo de roles y estereotipos de género durante la infancia y adolescencia, la brecha de género en la elección de estudios y profesiones, la influencia del colegio y las familias sobre la motivación y elección de estudios, y las diferencias de género en la actitud hacia las tecnologías.

Mireia Farrús es doctora por la Universitat Politècnica de Catalunya, donde impartió Ética tecnológica, Responsabilidad ingeniera y social y Tecnología y sociedad. Actualmente trabaja en la Universitat Pompeu Fabra haciendo investigación en el grupo de procesado de languaje natural y impartiendo cursos en la escuela politécnica.

Josep M. Basart es profesor asociado en la escuela de ingeniería de la Universitat Autònoma de Barcelona donde ha impartido Ética en la ingeniería y otros cursos de ingeniería informática. Sus actuales áreas de interés son la ética profesional, la ética aplicada y las implicaciones sociales de las Tecnologías de la Información y Comunicación.

Carina González es Profesora Titular de la Universidad de La Laguna (España) en el Departamento de Ingeniería Informática y de Sistemas en la Escuela de Ingeniería y Tecnología, en la Facultad de Educación y en la Facultad de Humanidades-Sección Bellas Artes. Sus áreas de especialización son la Informática Educativa y la Interacción Persona-Ordenador.
 
 

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